lunes, 17 de octubre de 2011

Relatos del submundo. Capítulo 3: El cazador

Noé tensó la cuerda de su arco un poco más. Necesitaba un disparo más certero. A un kilómetro se encontraba su presa, un pobre ciervo que pastaba tranquilamente en un claro del bosque. El joven ya tenia experiencia en el mundo de caza antes de la edad oscura; acostumbraba a salir con su padre a practicar este arte, y tenia conocimiento del mundo natural; además, también dominaba diferentes técnicas de supervivencia. Cuando llegó donde yacía el ciervo muerto, fulminado por su disparo certero, le pasó los dedos por los ojos para cerrárselos, rezó una pequeña oración e hizo un símbolo (aparentemente nórdico) en el lomo del animal, con la propia sangre de la herida, que aun permanecía fresca.

Noé apreciaba todas y cada una de las criaturas vivientes que permanecían puras tras la edad oscura, de modo que cuando cazaba, realizaba un pequeño ritual, un homeaje a ese ser, pues todo formaba parte del Equilibrio.

Una vez cortado, guardado y limpiado la carne y la piel que necesitaba, clavó una pequeña cruz céltica al lado del cadáver del ciervo, e improvisó una pequeña hogera a escasos metros para calentarse del frío de la noche y prepararse algo para comer. Quemándose las últimas ramas de la hoguera, se tumbó en la hierba y dejó fluir sus pensamientos, pensamientos que le atormentaban cuando su voluntad fallaba, o, simplemente, cuando quería recordar un pasado en el que todo le iba bien.

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- Tío, si vamos hacia el norte posiblemente encontremos cobijo en los bosques de Ludiente, allí seremos bien recibidos, pues ese es mi lugar de descanso -dijo Noé con ánimo.

- Ok tío -dijo Aitor, su compañero.

-Tal vez allí encontremos respuestas a este caos, tal vez...

Los dos jóvenes partieron, entonces, hacia el norte, con el fin de encontrar descanso y respuestas a todo lo que estaba sucediendo. Atravesaron bosques violetas con césped naranja, saltaron fallas profundas con cabezas humanas, huyeron de niños robóticos en motocicleta y fueron seducidos por mujeres etéreas con voz de vampiras.

Finalmente llegaron a un pueblecito y se sentaron en la afueras para descansar. Aitor se sacó una petaca y empezó a dar pequeños sorbos.

- Uah, menos mal que me compré 5 botellas de absenta en el Makro antes de todo este jaleo -dijo él.

- Jaja, ya te digo -rió Noé con cierta melancolía.

De pronto, de dentro del pueblo salió un grupo de personas. Parecían, por sus rasgos marcados, gente del este, quizá rusos. Rodearon a los dos jóvenes. Por sus cadenas y machetes manchados de sangre no parecían gente muy amigable, así que retrocedieron y huyeron por un bosque cercano a la carretera principal del pueblo. Los dos amigos se vieron inmersos es una persecución absurda por medio del bosque. Noé se preguntaba el motivo de esa persecución, debido a que eran los primeros hombres no mutantes que veían desde el "dia oscuro" y justamente tenían que ser hostiles, así que se preguntaba si tenía algo que ellos buscaban o si simplemente eran unos brutos cuyas almas habían sido corrompidas por la catástrofe.

Un intenso dolor punzante en su pierna detuvo los pensamientos de Noé, un virote de ballesta le alcanzó atravesándole el gemelo derecho. Cayó al suelo.

-Vete Aitor, sigue si mí. Llega a Ludiente y habla con Él.- Dijo Noé, tranquilo a pesar de saber lo que le esperaba, pues varios virotes se acercaban rápidamente hacia él.

-Cuidao tioooo!!

Aitor, de un salto, se interpuso entre los disparos y su compañero, protegiendo a Noé, pero sufriendo heridas mortales. Al joven cazador se le heló la sangre, parecía que podía ver a Aitor cayendo a cámara lenta, pero reaccionó, un estímulo se apoderó de él, inhibiendo el dolor de su pierna herida y levantando enérgicamente a Aitor en sus brazos. Sentía la fuerza, sentía la necesidad de salvar a su compañero y corrió tan rápido que pudo alejarse de su amenaza. Una vez a buen recaudo, se arrodilló, notó otra vez el dolor de su herida, pero eso ahora no importaba. Posó el cuerpo de Aitor sin vida en su regazo.

- NOOOOOOOOO!!!

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Un escalofrío despertó a Noé de su recuerdo. Estaba sudando. Todo seguía igual, la cruz y el ciervo, la hoguera estaba apagada... Aitor no estaba. Metió su mano en la mochila, y de un pequeño compartimento sacó una petaca... era el único objeto que conservaba de él.





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